Una alquitara o alambique es un instrumento que se usa para destilar. Los jueves por la tarde, después del café, solíamos quedar para probar suerte con diversas materias primas, a ver si conseguiamos esas preciosas gotas concentradas que una a una, iban fluyendo por el cuello de cisne, primero condensándose y luego enfriándose para posteriormente caer en el vaso de precipitado. Lo intentamos con cascaras de limón, de mandarina, de naranja, con hojas de ciprés, de tomillo, de ruda, de romero, de lavanda, de anís verde, de mastuerzo, incluso probamos a destilar la colofonia del pino y obtener escasos centilitros de trementina pura.
A lo sumo conseguíamos llenar uno o dos botes de garbanzos vacíos de hidrolato, que es esa mezcla acuosa de aceite esencial y agua, donde las gotas de aceite quedan en superficie. Gracias a un embudo de decantación conseguiamos sacar primero toda la fase acuosa y al final gracias a la difeencia de las densidades podíamos separar el aceite esencial, del que nunca obtuvimos en los años que estuvimos más de 4-5ml. Una vez me cayó una sola gota de aceite esencial de tomillo en el envés de la mano y practicamente me ardía. Madre mía pensé, esto sí que está concentrado. Todo el sol ardiendo a través del tomillo sobre mi.
La vida es un proceso alquímico, y este era el preciado fin que buscaban allá por el medievo y en los siglos venideros. La leyenda de crear pepitas de oro es la excusa y novela que ha permitido obtener la libertad del loco a los alquimistas, preciado bien que es el que te dejen en paz formalmente en sociedad y no se inmiscuyan en tus quehaceres anímicos.
Anímico en cuanto a que es el Alma despierta, el aceite esencial lleno de Espíritu solar, y que solo mediante la fundición de su sustancia gruesa y evaporación de lo esencial, podemos volver a condensarnos en nuestro ser original, que no es otro que nuestro verdadero Yo espiritual.
Nuestro Sí mismo, como diría Jung.
Una vez encontrado el centro solo se puede hacer una cosa en esta vida: Dedicarse en cuerpo a los trabajos del Alma, aquellos que harán germinar el Cielo en la Tierra. Cada uno de nosotros recibe un don al nacer y puede, o esconderlo bajo tierra a la espera que lo reclame su dador; o multiplicarlo, para mayor gloria de toda la humanidad, pues solo se multiplica el pan compartiéndolo con los demás. Dándose uno mismo a su hermano y a su igual.