La verdadera salud sólo es alcanzable por aquellos que han estado antes enfermos.
Esta afirmación podría sonar desafinada en oídos de personas que creen que la única manifestación de la vida es hacia el exterior: un cuerpo musculoso, una sonrisa blanca perfecta, unos buenos casa y coche, una familia de estampa, unas relaciones sociales envidiables...
Sin embargo estas personas tienen todas las papeletas para llegar a convertirse en grandes consumidores de antidepresivos. Cuanto más distraidos están en lo exterior mayor será el humo que el corazón para protegerse generará; el incendio acecha inminente. El cuerpo, el que tiene siempre la razón, ordena detener o alterar ciertas funciones para llamar desesperadamente la atención.
Empiezan entonces a destaparse un sinfín de nudos contracturales en la espalda, pero más que en ella los nudos proceden del corazón.
Sólo se alcanza la salud dirigiendo la mirada hacia el interior y sometiendo la mente a un alma despierta y consciente de su devenir.
La vida la llevamos a cuestas, y a base de tragar y tragar nos hemos vueltos unos expertos tragando lo intragable, sin saber que vamos llenando una gran mochila de piedras: tenemos estrés, mucha ira, somos agresivos cuando conducimos, un miedo atroz a la muerte, un deseo exacerbado de consumo, miedo a ser felices y libres por dedicarnos a realizar aquello que una vez sentimos como destino...pero ante todo no somos pacientes. Nunca lo somos, aunque creamos que sí.
Nos gusta más ser víctimas que pueden acudir al médico a pedir explicaciones sobre un organismo que no es el nuestro, que a saber por qué ha empezado a funcionar tan mal, ha surgido un cáncer o hay dolores erráticos musculares, algo que suena mejor y más trágico si le ponemos un nombre misterioso. El sistema nacional de salud necesita victimas que no quieran hacerse responsables de si mismos, no quiere pacientes.
El paciente es alguien que sabe esperar y que aspira a una maestría en la paciencia; alguien que quiere comprender. Nada que suene tan simple podría ser tan difícil de realizar. No hay que asistir a ningún cursillo ni acudir a terapias, es algo barato y extremadamente eficaz: La paciencia es el arte supremo de la salud.
Si supiéramos dar gracias a la vida por detener nuestro avance catastrófico hacia una disolución sin opción a realización, dar gracias por esa enfermedad que nos ha hecho detenernos para re-aprender a alimentarnos y respirar correctamente, re-aprender a mirar, oír y sentir a los demás, re-aprender a dar y a tomar lo justo y necesario...
Nada te turbe,
Nada te espante,
Todo se pasa,
Dios no se muda,
La paciencia
Todo lo alcanza;
Quien a Dios tiene
Nada le falta:
Sólo Dios basta.
Eleva el pensamiento,
al cielo sube,
por nada te acongojes,
Nada te turbe.
A Jesucristo sigue
con pecho grande,
y, venga lo que venga,
Nada te espante.
¿Ves la gloria del mundo?
Es gloria vana;
nada tiene de estable,
Todo se pasa.
Aspira a lo celeste,
que siempre dura;
fiel y rico en promesas,
Dios no se muda.
Ámala cual merece
Bondad inmensa;
pero no hay amor fino
Sin la paciencia.
Confianza y fe viva
mantenga el alma,
que quien cree y espera
Todo lo alcanza.
Del infierno acosado
aunque se viere,
burlará sus furores
Quien a Dios tiene.
Vénganle desamparos,
cruces, desgracias;
siendo Dios su tesoro,
Nada le falta.
Id, pues, bienes del mundo;
id, dichas vanas,
aunque todo lo pierda,
Sólo Dios basta.
Santa Teresa de Jesús